sábado, 30 de agosto de 2014

Recordatorio de un suicidio: Cesare Pavese


“En la noche del 26 al 27 de agosto de 1950, se suicidaba en Turín
Cesare Pavese, tras haber intentado infructuosamente establecer
contacto con algunas de sus amigas”

¿Qué es la obra de un escritor? Un escritor verdadero no escribe por casualidad; si lo es, en realidad, escribe por necesidad. Las necesidades del escritor vienen dadas por sus más profundas obsesiones y ─como decía Sábato ─ “las obsesiones tienen sus raíces más profundas, y cuanto más profundas menos numerosas son. Y la más profunda de todas es quizá la más oscura pero también la única y todopoderosa raíz de las demás”. Pavese fue precisamente un eterno obsesionado con el sufrimiento. Susan Sontag había de llamarlo el “Sufridor ejemplar” y es que, en su vida, el oficio de escribir se nos presenta como un sufrimiento. ¿Acaso no lo es en realidad?

“Uno no se mata por el amor de una mujer ─nos decía Pavese─ uno se mata porque… cualquier amor, nos desvela nuestra desnudez, nuestra miseria, nuestro desamparo, la nada”. Pareciera que amor y suicidio, en algunos escritores fueran sinónimos, no lo son, en realidad. Pavese vivió una eterna angustia por un motivo meramente físico, su impotencia sexual: eyaculaba demasiado rápido. Se considerará trivial este hecho, pero, ¿no es acaso el acto sexual una forma de comunicación? ¿No es el hombre, aislado por naturaleza, un eterno buscador de la compañía? Pavese vio restringido este método natural de comunicación y fue un factor determinante en su vida, como nos lo confiesa en su diario: “El hombre que eyacula demasiado rápidamente haría mejor en no haber nacido”. Esta incomunicación a la que se vio sometido, aunado a la humillación consecuencia de su defecto, generó una sensación de aplastamiento existencial y por lo tanto un recogimiento en sí mismo. Más adelante, en una carta enviada a una amiga, Fernanda Pivano, deja evidenciado ese ensimismamiento: “Durante un largo periodo, P. alcanzo una estoica ataraxia mediante la renuncia absoluta a todo lazo humano, salvo el abstracto de escribir… aguantaba, porque sabía que un derrumbamiento hacia las criaturas, hacia cualquier criatura, sería sólo una recaída, no un renacimiento… se produjo el derrumbamiento… Ahora pago cada instante de la ficticia soledad que había creado. La vida se venga con una verdadera soledad, así sea, como quiere la vida”.

Hay dos obsesiones latentes en Pavese, saltan a primera vista: la incomunicación y la necesidad de comunicarse. La incomunicación es su verdad, no la puede eludir, es un solitario que no puede comunicar se más que por el lazo abstracto de escribir. Aquí encontramos una fricción: el querer y el no poder. La necesidad de transmitir su yo es explicarse. Sus poemas son un confesionario no buscado. En última instancia, el sentido de su oficio literario consistió en escribir para tratar de alejar la idea del suicidio.
Impregnada desde muy joven, la idea del suicidio rondó a Pavese siempre. En su juventud un amigo se había suicidado. Pavese escribió a Mario Storani: “Así, pues, has de saber que no volveré a escribir, estoy casi seguro. No tengo ya fuerzas y, además, no tengo nada que decir. Una vez llegado a los versos del revólver queda dejar la pluma y proceder a los hechos”. No lo hizo en ese momento. Pero a partir de ahí se da comienzo un descenso hacia una soledad infranqueable y definitiva.

El 15 de mayo de 1935 es detenido por su militancia antifascista, luego de pasar unos meses en prisión, Mussolini lo confina a un pueblecito rural, Calabria. En este lugar vive con la mentalidad del suicida. Asume su inseguridad como forma de existencia y su sufrimiento es tan inevitable como necesario. Su detención culmina el 15 marzo del siguiente año de su detención. Su derrumbamiento estaba completo.
Pavese fue siempre un autocrítico e insatisfecho hasta la exasperación. Buscaba una objetividad que no encontraría nunca, y sin embargo, nos ha legado en su poesía un mundo de imágenes, de mitos, de dolor, de frustración. Lo pintoresco en Pavese es el carácter melancólico de sus mejores versos “Callar es nuestra virtud/Algún antepasado nuestro debió estar muy solo/ ─un gran hombre entre idiotas o un pobre loco─ /para enseñar a los suyos tanto silencio.” En la soledad escribía sus mejores obras y mezclaba a veces, tratando de ocultarlo, ese "yo" que tanto quería comunicar.

Hacia al final de su vida; luego de haber contribuido al florecimiento de la Literatura Italiana, a la evolución del verso en su patria, se le concede el premio Strega en 1950. Ese día es el último en que se le ve con vida. Se toma fotografías, una de ellas acompañado por Carlo Levi. Luego se precipita lo indecible, lo incierto. Ese largo periodo de conjeturas inimaginables entre la decisión y la acción de llevar acabo su muerte.
Una de sus últimas cartas va dirigida a Pierina, un amor postrero y nos lega en ella su testamento literario “No se puede quemar la vela  por los dos cabos, en mi caso lo he quemado todo por un solo lado y las cenizas son los libros que he escrito."

En algún momento de la noche que condujo el día 26 al día 27 de agosto de 1950, Pavese, encerrado en un Hotel de Turin se dejaba seducir por dieciséis envases de somníferos, luego de que infructuosamente tratara de comunicarse con algunas de sus amigas. Fueron, según se supo, llamadas desesperadas. Nos queda imaginar la esperanza sobreviviente que Pavese combatía en aquel último momento al tratar de comunicarse. Lo que si sabemos con certeza que ese combate lo ganó Pavese para siempre.
No tuvo, su esperanza, oportunidad alguna, Cesare, siempre había estado solo. Nueve días antes, el 18 de agosto de 1950, hizo la última anotación en su diario: “Todo esto da asco. Basta de palabras. Un gesto. No escribiré más”. En algún momento de la noche del 26 de agosto, en el hotel Roma de Turín, Pavese, también se dijo no viviré más. ¿Acaso no llego a la cuestión más seria desde un plano filosófico: juzgar si la vida vale o no vale la pena de vivirla? El juzgó que había sobrevivido demasiado tiempo y había llegado la hora de morir. Porque “Nadie se suicida ─nos decía Pavese─: la muerte es el destino”.
Panero describiría en un poema aquel momento magistral en que Pavese murió para enseñarnos el “ofició de vivir”:
A la mañana siguiente Cesare Pavese no pidió el desayuno

Solo bajo del tren,
atravesó solo la ciudad desierta,
solo entró en el hotel vacío
abrió su solitaria habitación
y escucho con asombro el silencio.
Dicen que descolgó el teléfono
para llamar a alguien,
pero es falso, completamente falso.
No había nadie a quien llamar,
nadie vivía en la ciudad, nadie en el mundo.
Bebió el vaso, las pequeñas pastillas,
y esperó la llegada del sueño.
Con cierto miedo a su valor
─por primera vez había afirmado su existencia─
tal vez curioso, con cansado gesto,
sintió el peso de sus párpados caer.
Horas después ─una extraña sonrisa dibujaba
sus labios─
se anunció a sí mismo, tercamente,
la certidumbre que al fin había
adquirido:
jamás volvería a dormir solo en cuarto de hotel.
U

Recordatorio de un suicidio: Cesare Pavese


“En la noche del 26 al 27 de agosto de 1950, se suicidaba en Turín
Cesare Pavese, tras haber intentado infructuosamente establecer
contacto con algunas de sus amigas”

¿Qué es la obra de un escritor? Un escritor verdadero no escribe por casualidad; si lo es, en realidad, escribe por necesidad. Las necesidades del escritor vienen dadas por sus más profundas obsesiones y ─como decía Sábato ─ “las obsesiones tienen sus raíces más profundas, y cuanto más profundas menos numerosas son. Y la más profunda de todas es quizá la más oscura pero también la única y todopoderosa raíz de las demás”. Pavese fue precisamente un eterno obsesionado con el sufrimiento. Susan Sontag había de llamarlo el “Sufridor ejemplar” y es que, en su vida, el oficio de escribir se nos presenta como un sufrimiento. ¿Acaso no lo es en realidad?

“Uno no se mata por el amor de una mujer ─nos decía Pavese─ uno se mata porque… cualquier amor, nos desvela nuestra desnudez, nuestra miseria, nuestro desamparo, la nada”. Pareciera que amor y suicidio, en algunos escritores fueran sinónimos, no lo son, en realidad. Pavese vivió una eterna angustia por un motivo meramente físico, su impotencia sexual: eyaculaba demasiado rápido. Se considerará trivial este hecho, pero, ¿no es acaso el acto sexual una forma de comunicación? ¿No es el hombre, aislado por naturaleza, un eterno buscador de la compañía? Pavese vio restringido este método natural de comunicación y fue un factor determinante en su vida, como nos lo confiesa en su diario: “El hombre que eyacula demasiado rápidamente haría mejor en no haber nacido”. Esta incomunicación a la que se vio sometido, aunado a la humillación consecuencia de su defecto, generó una sensación de aplastamiento existencial y por lo tanto un recogimiento en sí mismo. Más adelante, en una carta enviada a una amiga, Fernanda Pivano, deja evidenciado ese ensimismamiento: “Durante un largo periodo, P. alcanzo una estoica ataraxia mediante la renuncia absoluta a todo lazo humano, salvo el abstracto de escribir… aguantaba, porque sabía que un derrumbamiento hacia las criaturas, hacia cualquier criatura, sería sólo una recaída, no un renacimiento… se produjo el derrumbamiento… Ahora pago cada instante de la ficticia soledad que había creado. La vida se venga con una verdadera soledad, así sea, como quiere la vida”.

Hay dos obsesiones latentes en Pavese, saltan a primera vista: la incomunicación y la necesidad de comunicarse. La incomunicación es su verdad, no la puede eludir, es un solitario que no puede comunicar se más que por el lazo abstracto de escribir. Aquí encontramos una fricción: el querer y el no poder. La necesidad de transmitir su yo es explicarse. Sus poemas son un confesionario no buscado. En última instancia, el sentido de su oficio literario consistió en escribir para tratar de alejar la idea del suicidio.
Impregnada desde muy joven, la idea del suicidio rondó a Pavese siempre. En su juventud un amigo se había suicidado. Pavese escribió a Mario Storani: “Así, pues, has de saber que no volveré a escribir, estoy casi seguro. No tengo ya fuerzas y, además, no tengo nada que decir. Una vez llegado a los versos del revólver queda dejar la pluma y proceder a los hechos”. No lo hizo en ese momento. Pero a partir de ahí se da comienzo un descenso hacia una soledad infranqueable y definitiva.

El 15 de mayo de 1935 es detenido por su militancia antifascista, luego de pasar unos meses en prisión, Mussolini lo confina a un pueblecito rural, Calabria. En este lugar vive con la mentalidad del suicida. Asume su inseguridad como forma de existencia y su sufrimiento es tan inevitable como necesario. Su detención culmina el 15 marzo del siguiente año de su detención. Su derrumbamiento estaba completo.
Pavese fue siempre un autocrítico e insatisfecho hasta la exasperación. Buscaba una objetividad que no encontraría nunca, y sin embargo, nos ha legado en su poesía un mundo de imágenes, de mitos, de dolor, de frustración. Lo pintoresco en Pavese es el carácter melancólico de sus mejores versos “Callar es nuestra virtud/Algún antepasado nuestro debió estar muy solo/ ─un gran hombre entre idiotas o un pobre loco─ /para enseñar a los suyos tanto silencio.” En la soledad escribía sus mejores obras y mezclaba a veces, tratando de ocultarlo, ese "yo" que tanto quería comunicar.

Hacia al final de su vida; luego de haber contribuido al florecimiento de la Literatura Italiana, a la evolución del verso en su patria, se le concede el premio Strega en 1950. Ese día es el último en que se le ve con vida. Se toma fotografías, una de ellas acompañado por Carlo Levi. Luego se precipita lo indecible, lo incierto. Ese largo periodo de conjeturas inimaginables entre la decisión y la acción de llevar acabo su muerte.
Una de sus últimas cartas va dirigida a Pierina, un amor postrero y nos lega en ella su testamento literario “No se puede quemar la vela  por los dos cabos, en mi caso lo he quemado todo por un solo lado y las cenizas son los libros que he escrito."

En algún momento de la noche que condujo el día 26 al día 27 de agosto de 1950, Pavese, encerrado en un Hotel de Turin se dejaba seducir por dieciséis envases de somníferos, luego de que infructuosamente tratara de comunicarse con algunas de sus amigas. Fueron, según se supo, llamadas desesperadas. Nos queda imaginar la esperanza sobreviviente que Pavese combatía en aquel último momento al tratar de comunicarse. Lo que si sabemos con certeza que ese combate lo ganó Pavese para siempre.
No tuvo, su esperanza, oportunidad alguna, Cesare, siempre había estado solo. Nueve días antes, el 18 de agosto de 1950, hizo la última anotación en su diario: “Todo esto da asco. Basta de palabras. Un gesto. No escribiré más”. En algún momento de la noche del 26 de agosto, en el hotel Roma de Turín, Pavese, también se dijo no viviré más. ¿Acaso no llego a la cuestión más seria desde un plano filosófico: juzgar si la vida vale o no vale la pena de vivirla? El juzgó que había sobrevivido demasiado tiempo y había llegado la hora de morir. Porque “Nadie se suicida ─nos decía Pavese─: la muerte es el destino”.
Panero describiría en un poema aquel momento magistral en que Pavese murió para enseñarnos el “ofició de vivir”:
A la mañana siguiente Cesare Pavese no pidió el desayuno

Solo bajo del tren,
atravesó solo la ciudad desierta,
solo entró en el hotel vacío
abrió su solitaria habitación
y escucho con asombro el silencio.
Dicen que descolgó el teléfono
para llamar a alguien,
pero es falso, completamente falso.
No había nadie a quien llamar,
nadie vivía en la ciudad, nadie en el mundo.
Bebió el vaso, las pequeñas pastillas,
y esperó la llegada del sueño.
Con cierto miedo a su valor
─por primera vez había afirmado su existencia─
tal vez curioso, con cansado gesto,
sintió el peso de sus párpados caer.
Horas después ─una extraña sonrisa dibujaba
sus labios─
se anunció a sí mismo, tercamente,
la certidumbre que al fin había
adquirido:
jamás volvería a dormir solo en cuarto de hotel.
U

martes, 26 de agosto de 2014

Cien años de Cortázar


Cortázar viene del infinito y va hacia el infinito o lo que, modestamente, se considera el infinito: la eternidad. Hoy se cumplen cien años de su nacimiento.
Recuerdo que conocí a Borges  y conocer a Borges es encaminarse a conocer a  Julio Cortázar (Puede suceder a la inversa).  Nunca me gustaron  los epítetos suntuosos como  “Referente clave de la literatura” me parecen  de un gusto apoteósico grotesco.  Veo a Cortázar como un gran escritor,  y un gran escritor ─parafraseando a Sabato─ no es un artífice de la palabra, sino un gran hombre que escribe y él lo sabe.
Nuestro hombre, Julio Cortázar, pues bien, era un escritor. Cualquiera puede ser un escritor, pero ninguno puede ser Julio Cortázar. Ahí radica esa cualidad que en ocasiones yo mismo he cuestionado. ¿Qué quiero decir con que Julio Cortázar es su cualidad? He sostenido siempre que hay una línea diáfana, pero infranqueable que une obra y escritor. La obra de Julio Cortázar es de una inagotable fuente: la imaginación; y Cortázar es en definitiva  un ser imaginario.
El mundo literario, no la Literatura, ha sido y es un mercado de ofertas y demandas en los que las demandas no suelen ser consecuencia de la calidad, sino del éxito. Casi siempre el éxito no es sinónimo de calidad; sin embargo Julio Cortázar logro aunar esos dos atributos en su obra. Razón por la cual sea de ese grupo de escritores paradigmáticos y mal comprendidos, sino recuérdese a Gabriel García Márquez que llegó a ser el autor latinoamericano más leído por los que “fingen leer” y;  sin embargo, se debe afirmar que este escritor es imprescindible en la historia literaria; a pesar de lo vapuleada que esta su imagen con tanto  esnob leyendo su obra sin procurar comprenderlo.
Quiero rescatar a Cortázar para mí. Nació un día como hoy. Nació un veintiséis de agosto de 1914. Inevitable y brutal fue mi encuentro con él. No olvidaré jamás esa sensación de shock que me dejó  la lectura de “la noche boca arriba”. Desesperado, hambriento de sus historias, comencé a indagar, como suele sucederme con un escritor que me impacta, todo cuanto pudiera acerca de ese gigantesco hombre, tanto  de estatura como de genio. Aún me debo leer algunas de sus obras. Era un escritor prolífico, maniático como debía ser para escribir un cuento como  “cirse” de aquel endemoniado “Bestiario”. A riesgo de caer en la apoteosis debo decir que, Cortázar, es un escritor que debe ser leído no por sus errores, sino por sus aciertos.
La lectura de Cortázar es fulminante de una lucidez de locos,  atrapa por esa característica tan propia de Julio Cortázar: el enigma.  El enigma de Cortázar no es indescifrable, basta ver todo con los ojos de los niños, dejarnos llevar por el asombro de sus temas y sus personajes. Basta para leer a Cortázar, sensibilidad.
Conocido como el Gran Cronopio, pasará a la historia por esa sensación de extrañeza y admiración hacia su obra. Hoy, cien  años después del día que lo vio nacer, trataré  de recordarlo, de rescatarlo para mí,  en las lecturas, en las tantas horas de lecturas en las que uno se induce tras un primer bocado de Cortázar.

jueves, 24 de julio de 2014

Para continuar con esta masacre

¿Recuerdas aún, recuerdas, ardiente corazón
que estuviste sediento?
Nietzsche.

Me he arrancado ya, el último atisbo de nostalgia
He extirpado el más canceroso de los recuerdos
Ya antes había amputado mis piernas para no correr tras de ti
Trituré mis manos ─lo que más me dolió─ para no escribirte

A mis ojos no los asesiné yo. Habían visto demasiado y se suicidaron
Mi nariz  se murió un poco de pena, castigada por el recuerdo de un único olor
Mis oídos perdieron el sentido. Se quedó mudo mi oído. Yo ya no lo escucho ni ellos a mí
Sufrían mucho mis oídos. Ellos se alejaron de mí para no escucharte, para no escucharme

Me arranqué el estómago para no recordar tu: « ¿Tenés hambre?»,
el hígado para no beber y emborracharme para amarte otra vez. Yo sólo te amé borracho
Extraje esas dos alas negras, mis pulmones, de un tirón y sin misericordia, para no fumarte
Destrocé mis labios con mis dientes. De bellos pasaron a ser dos maceras agónicas, decadentes

Para continuar con esta masacre…

Para continuar con esta masacre sostengo la respiración. No conozco a nadie que haya sobrevivido.
¿Seré el primero que no tenga corazón?
Para continuar con esta masacre no debo pensarlo y sacármelo de una vez y no llorar
Si lloro haré imposible mi acto heroico

Tengo un corazón duro. Ahora lo sé
Le hablaré un poco de ti, de lo que aún no se me olvida. Le hablaré con cariño de tus besos, de tus sonrisas, de tu encanto juvenil y tu lozana compañía
¡Que fácil cede mi corazón ante tu recuerdo!
No hay vuelta atrás luego de esta herida. No habrá metáfora como deidad secreta
Se ha muerto junto a mi corazón todo lo arcano
La indescifrable agonía del: «Yo soy», se ha muerto
Yo ya no soy este momento, ni soy ayer, ni voy a ser mañana
¿Pero si no tengo corazón qué es este pequeño dolor del pecho?
Miro despacio y me quedo viendo
No ha  muerto mi corazón, pero si agoniza

Has que valga la pena

Si voy a perder tu compañía has que valga la pena
Claro, seré el recuerdo que olvidarás anidada en otros brazos
te atarás con mansedumbre a otro corazón.
Seré yo el borracho de las avenidas al que le darás limosna

Vete con tus ilusiones y esperanzas hacia alguien que conozca de esas cosas
Ya no exijas de esta tierra infértil un fruto que no dará jamás
No vuelvas tu mirada compasiva hacia mis ulcerosas cicatrices
Es más, no vuelvas de ese paraíso al que ascendiste

En este corazón que llamas infierno se fraguan los más sublimes sentimientos;
detrás de esa mugre, tal vez fulgura un espíritu compasivo
Tal vez no hay nada, o poco, o mucho
Yo no pido que te quedes, sino que no prolongues tu partida

Mi horizonte es el suelo que piso y tú ves en el cielo apenas una frontera
No recrimines más mi andar cansado, mi trote patético, mis pocas ganas de respirar
No te rías de mi pequeña valentía al ser yo quien cava su propia tumba
No me acuses de descansar siendo yo tan joven

Yo no lloro por las partidas, vete que no lloraré
Mi dolor no necesita heridas. Vos no sabes herir
Mi dolor es la soledad que no supiste apartar de mí

Amor has que valga la pena perderte
porque amarte, viste, nunca valió la pena.

viernes, 11 de julio de 2014

Has de saber perdonar

Has de saber perdonar

Has de saber perdonar esta inocencia imbécil con la que me arrodillo
has de saber vomitar mis caricias de las que ahora te arrepientes
Aturdido voy por la vida con el desencanto en las manos
Soy sencillo y mi sencillez me da asco

Por encanto te adorne de versos ¡alma mía!
Dejé vacía mi soledad en el arrabal de mi conciencia
Ya voy tarde para el desencuentro de nuestras manos
Nunca llego a tiempo para la desnudez de tu inocencia

Has de saber perdonar el más cruel de mis arrebatos
mi taciturna melancolía a la luz de tu sonrisa ¿perdonarás algún día?
Inefable candidez la de tu cinismo al besar mis ojos con tu mirada
soy un pobre diablo que se masturba con tu recuerdo

He sacrificado los segundos que me concedió la muerte
en esta herejía en que he convertido tu cuerpo de bestia andante
bloque a bloque he construido mi tumba, tu vientre
Debes despacharme, extirparme de alguna manera

Te he sepultado en una lágrima, en un mar de lágrimas
te sepulté viva y tu corazón regurgita blasfemias
A tu sepultura le falta silencio, gritas casi siempre
pasas tus días encerrada en mis ojos, en mi boca

Has de saber perdonar algún día que conserve tus huesos en los míos
que haya deformado tu cara a golpes de pecho
Has de saber perdonar algún día que te apartara del mundo
te arrancara la ropa para buscar en tu cuerpo las pasadas huellas

¿Has de saber perdonar algún día que yo no te perdone nunca
por dejarme tu recuerdo?

Dudar es morir

Dudar es morir 

No me asalten dudas, tan temprano en la mañana
aún traigo la pesadilla en el paladar, en los labios
no me roben la esperanza de una sonrisa.
Tiren, rompan, destruyan, pero alejen de mí su malicia de muerte

Dudar es morir,
morir lentamente

No las desprecio por inciertas, aún con el sol en la frente
sinuosas en sus bordes, desconocidas para el ojo de dios
No las desprecio por sus caricias obscenas bajo mi piel
execrable regocijo en mi angustia, vértigo absurdo

No me engañen con su demagogia de certezas
Déjenme respirar un pasado, un mañana
déjenme creer que soy, que existo más allá del silencio
No me arrojen a la melancolía

¡Cobardes! Están dentro, hiriendo, hundiéndose en mi cansado pecho
Me voy vaciando de remordimientos, soy ajeno a mi dolor
veo aletargado, correr el tiempo en sus manos
Ustedes me sangran, me sangran la desdicha

¿Qué me queda luego de la incerteza?
Una duda nueva